Sigue el parlamento de Marcela en el entierro de su enamorado Grisóstomo, al que ella no correspondía, por lo que aquel acabó sus días como desesperado (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, I, XIV). Juzgad vosotros, pues sois prudentes, si se trata de un alegato feminista, como algunos sostienen.
Tomo el texto de la edición de Francisco Rico publicada en el Centro Virtual Cervantes.
Hízome
el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser
poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que
me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con
el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable;
mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por
hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo
hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el
decir «Quiérote por hermosa: hasme de amar aunque sea feo». Pero, puesto caso
que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los
deseos, que no todas hermosuras enamoran: que algunas alegran la vista y
no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería
un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de
parar, porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser
los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de
ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué
queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me
queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea,
¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que
habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es
el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y así como la víbora
no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por
habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser
hermosa, que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como
la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La
honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo,
aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las
virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha
de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel
que, por solo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la
pierda? Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos:
los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos,
mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y
hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con
la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con
esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno el
fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que
mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y
que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese
mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su
intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y de que sola la
tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si
él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra
el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si
yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor
intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido:
¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el
engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas,
confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame
cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El
cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que
tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno
de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí
adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque
quien a nadie quiere a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de
tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco déjeme como cosa
perjudicial y mala; el que me llama ingrata no me sirva; el que desconocida, no
me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta
ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni
seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado
deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi
limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el
que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas
propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de
sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este ni solicito aquel;
ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las
zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis
deseos por término estas montañas, y si de aquí salen es a contemplar la
hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.
e seguridad, y para conocer
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.