"No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos
el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos
barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones
torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores y terreros,
desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un riachuelo.
Las auras marinas no llegan hasta esos poblados pardos de casuchas
deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde
la ventana de este sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión
azul y vagarosa; se columbra allá en una colina con los cipreses
rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el cielo límpido. A
esta olmeda que se abre a la salida de la vieja ciudad no llega el rumor
rítmico y ronco del oleaje; llega en el silencio de la mañana, en la
paz azul del mediodía, el cacareo metálico, largo, de un gallo, el
golpear sobre el yunque de una herrería. Estos labriegos secos, de faces
polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar; ven la llanada de las
mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos en los
bancales. Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas,
no encienden cuando llega el crepúsculo una luz ante la imagen de una
Virgen que vela por los que salen en las barcas; van por las callejas
pinas y tortuosas a las novenas, miran al cielo en los días borrascosos y
piden, juntando sus manos, no que se aplaquen las olas, sino que las
nubes no despidan granizos asoladores. "
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.