martes, 3 de noviembre de 2015

Tema 3.- La narración en prosa en el Renacimiento: Boccaccio.

La narración en prosa: antecedentes.
Con origen en las fábulas griegas de Esopo y los apólogos orientales (Panchatantra indio), las narraciones breves tuvieron mucho éxito a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento. Su denominación varía dependiendo de la lengua y de la intención con que fueron compuestos. Así, en España (o Castilla, mejor) se conocieron como ejemplos (o enxiemplos) cuando tenían una enseñanza explícita o implícita. Estos ejemplos se recogieron en colecciones de libros como El conde Lucanor, del Infante Don Juan Manuel. En la Francia del siglo XIII surgieron las fabliaux (hablillas, en español), narraciones en verso sin finalidad moralizadora, sino más bien de carácter burlesco y satírico contra las clases dominantes. En Italia, en cambio, a la narración breve se la llamó novella (o novela) fuese cual fuese su tema o intención. La palabra novela compartió este significado de brevedad en español hasta el siglo XVII (como en las Novelas Ejemplares de Cervantes), para designar después la narración larga que en otras lenguas llaman de otra manera (roman en francés y alemán, romance en inglés y romanzo en italiano). Desde el siglo XIX, para referirnos a la narración breve en español utilizamos la palabra cuento.
Los cuentos se solían agrupar en grandes colecciones mediante una historia que los enmarcaba (historia-marco). Por ejemplo, la historia-marco de Sherezade Las mil y una noches, recolección de la tradición cuentística del Próximo Oriente realizada en lengua árabe, probablemente completada hacia el siglo XIV. A finales del mismo siglo en Inglaterra, Chaucer compondrá sus famosos Cuentos de Canterbury, con el pretexto del encuentro del propio autor con unos peregrinos en una taberna, a los que propone contar cuentos para amenizar el viaje al santuario de Santo Tomás Becket. La historia-marco del Decamerón, tercera gran colección del siglo XIV, se explicará más adelante.

Giovanni Boccaccio
El fundador de la literatura italiana (junto con Dante y Petrarca) nació hacia 1313 y murió en 1375. Hijo ilegítimo de un mercader toscano, vivió su infancia en Nápoles donde conoció a María de Aquino, de la que se enamoró y con la que mantuvo una relación. María se transformó en Fiammetta (llamita en italiano), protagonista de la Elegía de Madonna Fiammetta. En primera persona, Fiammetta narra su historia de amor, en la que se invierten los papeles haciendo de la protagonista una mujer abandonada por su amante, en vez de ser el autor el abandonado por la dama. En su madurez escribió su obra magna, El Decamerón, por el que obtuvo un amplio reconocimiento en vida. En esta etapa un nuevo desengaño amoroso provocó su obra El Corbaccio en la que se fustiga a las mujeres enumerando sus vicios y maldades. Despechado tras unos amores frustrados con una viuda, Boccaccio se vengó con este libro, ejemplo de misoginia que tuvo una amplia aceptación y difusión en la época (influyó, por ejemplo, en la obra homónima del arcipreste de Talavera). Por último, cabe destacar la biografía que le dedicó a su admirado Dante, sobre el que impartió lecciones siendo ya anciano y gracias al cual se incorporó el adjetivo “Divina” a su Comedia.

El Decamerón
Compuesto hacia 1350, su tema central es el ser humano real, con sus virtudes y sus defectos. Un ser humano animado tanto por el deseo sensual como por el ingenio y la inteligencia. Si la narración novelesca medieval solía proyectarse hacia un pasado remoto (en los lejanos tiempos del rey Arturo, por ejemplo), en el Decamerón domina la proximidad temporal y geográfica. El mundo que circunda a Boccaccio se convierte así en novela, pues el escritor alimenta su imaginación con los elementos que tiene más a mano: la sociedad que le rodea, con todo su realismo, se hace objeto de arte. Boccaccio hará la humana comedia (frente a la divina de Dante) de sus contemporáneos mientras están con vida, se entregan al vicio o realizan trampas y engaños, lo cual plasmará el autor con una actitud más artística que moralizante. Así, los cuentos están ambientados en su mayoría en los siglos XIII y XIV, sobre todo en Nápoles y Florencia. Los personajes que desfilan por el Decamerón son a veces reales y famosos como el pintor Giotto, otros desconocidos e inventados y otros que ejemplifican tipos humanos, como el simple, el burlador sinvergüenza, el fraile lascivo, etc.

Boccaccio sitúa su Decamerón en las afueras de Florencia durante la terrible peste negra de 1348, que diezmó la población de Europa y constituyó una verdadera sacudida espiritual (como se aprecia en el subgénero teatral surgido por entonces, la Danza de la Muerte). Para huir de los estragos de la epidemia en Florencia, descritos en el prólogo,  siete jovencitas y tres jóvenes de la burguesía rica florentina, tras reunirse en la iglesia de Santa María Novella, se encierran en una casa de campo y se imponen el juego de relatar cada uno de ellos un cuento a lo largo de cada día. De esta suerte, en diez (deca, «diez», hemera, «día») se narran cien cuentos. Cada jornada va presidida por quien es elegido rey o reina del día, el cual impondrá  el tema sobre el que se versarán los cuentos. Lo que buscan con ello es huir de la tristeza y ahí radica, precisamente, la explícita finalidad que Boccaccio da al Decamerón en su justificación final: «Si los sermones de los frailes están hoy día llenos de agudezas, de cuentos y de mofas para avergonzar a hombres de sus culpas, consideré que estos mismos no estarían mal en mis cuentos, escritos para ahuyentar la melancolía de las mujeres». Se trata, por lo tanto, de una obra alegre escrita para provocar la risa en las personas inteligentes, especialmente las jóvenes a las que va dirigido. Boccaccio no adopta una actitud moral: pretende suscitar la risa, y para ello busca lo cómico en la ignorancia y en la maldad, con completa conciencia artística. El cuento se convierte así en símbolo de la vida. Como sucede en las Mil y una noches, donde Sherezade cuenta sus historias a su verdugo para dilatar su ejecución, las damas y los caballeros del Decamerón consiguen de la vida con sus relatos seguir en el mundo disfrutando su locura y su belleza.

Los argumentos de los cien cuentos del Decamerón no son, por lo general, invención de Boccaccio, sino que se basan en fuentes italianas,  francesas o latinas. Muchos relatos giran sobre el deseo sexual y sobre cómo arreglárselas para satisfacerlo. Pero no hay en ello un sentimiento de culpa, pues hombres y mujeres no hacen sino servir a la naturaleza, que es quien pone en ellos los deseos que deben satisfacer. Por eso, el mal no está en el sexo en sí, sino en quienes lo pervierten con sus prejuicios, su hipocresía o sus intereses. De esta manera, la mentalidad medieval, basada en la preocupación por el pecado y en el sentimiento de culpa, queda superada por una visión gozosa y placentera de la existencia propia del Renacimiento.

La obra maestra de Boccaccio se convirtió en el modelo de prosa en lengua vulgar (no latina), igual que el Cancionero de Petrarca fue el referente en poesía para los escritores del Renacimiento. El que se viene llamando «período boccaccesco» es, fundamentalmente, una perfecta modelación de la frase italiana sobre la latina: lleno de epítetos y largos complementos, estira las frases, largas y rítmicas incluyendo el verbo al final. Este tipo de período amplio es la gran creación de la prosa de Boccaccio.

La narrativa renacentista de ficción posterior
Aunque la narración breve inspirada en autores como Boccaccio seguirá muy en boga, en el Renacimiento la prosa de ficción más extensa va llegando al final de un largo proceso de evolución que desembocará en la novela moderna. Del siglo XV proceden dos modelos narrativos que continúan estando vigentes en pleno Renacimiento: los libros de caballerías, textos fantásticos sobre las hazañas de un caballero andante y últimos herederos de las narraciones caballerescas inspiradas en la materia de Bretaña (Amadís de Gaula). Surgirá también, la novela pastoril, que se centra en el relato de historias amorosas entre pastores (La Arcadia de Sannazaro), procedente de modelos clásicos. Frente a esa narrativa de tendencia idealizante, en Francia Rabelais ridiculizará los excesos de otros subgéneros con las aventuras de dos glotones gigantes en los cinco libros de Gargantúa y Pantagruel, mientras que en España surgirá la novedosa novela picaresca, iniciada por el Lazarillo, que sigue en el XVI la tendencia realista que ya se había apreciado en Boccaccio.

La prosa renacentista didáctica
En el siglo XVI, el pensamiento humanista generó un importante caudal de obras en prosa de carácter didáctico que consolidó un nuevo género, el ensayo, que servirá a los autores como vehículo de los nuevos ideales. Estos autores representan el modelo del intelectual renacentista, en el centro de cuyas preocupaciones está el ser humano y las circunstancias que lo rodean. En Italia, el florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527) analizó la esencia del poder y la política en El príncipe. El humanista y político inglés Tomás Moro (1478-1535) criticó la sociedad europea contemporánea en su Utopía; en la que propone una sociedad ideal, situada en una isla llamada Utopía. Erasmo de Rotterdam (1469-1536), modelo de humanistas, criticó a la  Iglesia  de su tiempo en su Elogio de la locura, a la que reprocha que prime un cristianismo exterior, de formas, preceptos y rituales. Por último, el francés Michel de Montaigne (1533-1592) creó el género literario conocido actualmente como “ensayo” en sus Essais (Ensayos), basado en la interpretación personal de un tema (humanístico, filosófico, político, social, cultural, etc) sin que sea obligado usar un aparato documental, de manera libre, asistemática y con voluntad de estilo.
 









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