Luis XIV |
El periodo de mayor esplendor del
teatro francés coincide con el reinado de Luis XIV (1638-1715), coronado en 1643. Mientras que en gran parte de Europa durante el siglo XVII la creación
artística está dominada por el estilo Barroco, el clasicismo francés se
erigirá como la herencia más fiel del Renacimiento y una reacción antibarroca:
razón y moral para salir de la angustia
y el pesimismo que inspiran las formas desequilibradas de los autores barrocos de España e Italia.
Figuras como Descartes (1596-1650) o Pascal (1623-1662) le dan base doctrinal. La
imitación de los clásicos grecolatinos se mantendrá, así como el respeto a la regla de las tres unidades
clásicas (tiempo, lugar y acción) sobre todo en el teatro trágico, desarrollado
bajo el patrocinio de la realeza y la corte por Racine, con argumentos están inspirados en la
antigüedad clásica
Pierre Corneille (1606-1684),
jurista aburguesado en su ciudad natal, Ruan, estudió con los jesuitas. Fue autor
de El Cid (1636), tragedia inspirada
en Las mocedades del Cid de Guillén
de Castro. La obra obtuvo gran éxito, pero también suscitó una enconada
polémica, ya que los preceptistas le reprocharon que no se ajustara a las
normas clásicas, en un momento en el que el Clasicismo se imponía con fuerza.
El dramaturgo aceptó las críticas y en sus siguientes obras acató los preceptos
que se le demandaban. Escribió también Le
Menteur, inspirado en La verdad
sospechosa de Ruiz de Alarcón.
Corneille (1606-1884). A
Corneille se le reconoce el mérito de haber diseñado el modelo de la tragedia
francesa, que posteriormente desarrolló y mejoró Jean Racine.
Jean Racine (1639-1699). La educación jansenista de Jean Racine
(1639-1699), de una acentuada severidad moral, lo marcó profundamente en su
concepción de la tragedia, impregnada siempre de un grave pesimismo. Sus
personajes viven siempre insalvables dramas interiores provocados por pasiones
irrefrenables. De este modo, el amor aparece en sus tragedias como un
sentimiento destructivo marcado por la fatalidad. El estilo de sus tragedias (Andrómaca, 1667, Ifigenia, 1674, y Fedra,
1677) es elevado, sobrio y elegante, y están estructuradas con un rigor absoluto;
todos los elementos dramáticos están estrictamente al servicio de la acción, la
cual plantea una única crisis conducida con mano segura hacia un desenlace
inexorable y desgraciado.
Jean-Baptiste
Poquelin, MOLIERE (1622-1673)
Moliere |
Hijo de una familia burguesa, se educó en el
Colegio de Jesuitas, después estudió Derecho pero no ejerció, puesto que se
enroló en una compañía teatral que recorrió durante doce años el sur de
Francia. Su cultura universitaria por un lado y su experiencia teatral como
actor cómico por otro, influyeron en su formación, aunque no tanto como su
conocimiento de la vida de la corte y de
provincias. Fue un sagaz observador de
costumbres y tipos: el palurdo, el pedante, la marisabidilla, la criada o el
burgués. Conocía a Plauto y Terencio y la comedia italiana y española (de esta
última tomó el argumento para su Don Juan o el convidado de piedra).
Enlazó también con la tradición francesa
de la farsa (Farsa de Maese Pathelin)
y de ahí nace la autenticidad que no encontramos en sus antecesores: “Al
hacerse entrañablemente francés, Moliére se hizo universal; Corneille y Racine,
disfrazándose de griegos y romanos, no han dejado jamás de ser exclusivamente
franceses” (Riquer y Valverde, Historia
de la Literatura Universal).
A diferencia del sencillo teatro
de corrales de España, el teatro francés
se representará en salas destinadas para ese fin. Además, Moliere contó con
pintores, músicos que se encargaran de los decorados y la música y el baile de
los espectáculos. Entre los recursos preferidos de su técnica dramática están
los fingimientos y escondites de algunos personajes, los equívocos en sus
conversaciones a partir del quid pro quo (tomar
a una persona o asunto por otro en una conversación) y la resolución final de
la trama a partir de un personaje poderoso, a modo de deus ex machina.
Tartufo se declara a la mujer de Orgón, quien escucha escondido bajo la mesa |
Si Shakespeare fue el creador de personajes trágicos,
Moliere lo fue de personajes cómicos: nos ha dejado prototipos universales de
una pasión o de un carácter, pero cuando trata de ahondar en la ridiculez
humana. Con Las preciosas ridículas (1659), obra en la que criticaba la
pedantería y la moda, alcanzó su primer gran éxito parisino. Le siguieron el
mezquino Harpagón, El avaro, inspirado en la
Aulularia de Plauto; en El
misántropo configuró en Alcestes su personaje más complejo; en El
burgués gentilhombre criticó a los nuevos ricos. Por último, en El
enfermo imaginario critica a los médicos a partir de la figura de un
hipocondríaco, a quien encarnó en su
última representación. Es común en sus obras que estos personajes tiránicos a
la vez que ridículos impidan el feliz matrimonio de sus hijos lo cual se
resuelve en el desenlace.
Su obra más famosa y representada
es Tartufo
(o el impostor). En su primera
representación en tres actos en 1664, desencadenó una violenta campaña contra
Moliere y la condena del arzobispo de París bajo pena de excomunión si se
representaba o leía la obra. Mas tarde, en 1668, se autorizó finalmente por el
rey y tuvo un gran éxito, esta vez representada en cinco actos. La falsa
devoción, la beatería que encubre la codicia y sensualidad, aparecen
perfectamente retratadas en el personaje de Tartufo que no entra hasta la mitad
de la obra, cuando el espectador ya sabe que es un hipócrita, puesto que se le va
definiendo por lo que dicen de él los demás personajes con dos posturas
distintas (con la técnica de la pintura
indirecta). En el personaje de Tartufo no se salva ni una migaja de
dignidad ni de hombría de bien. Y todo esto ocurre en un hogar de buenos
cristianos donde ha caído un sinvergüenza hipócrita que recriminándolos siempre por supuestas faltas de piedad o de
moral, pretende apoderarse del honor de las damas de la casa y de los bienes
materiales de su propietario. La obra se resuelve finalmente con la aparición
de un mensajero del rey, que perdona la deuda contraída por Orgón con Tatufo,
el cual resulta condenado.
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