lunes, 30 de noviembre de 2015

Tema 5.- El teatro clásico francés: Moliere



Luis XIV

El periodo de mayor esplendor del teatro francés coincide con el reinado de Luis XIV (1638-1715), coronado en 1643. Mientras que en gran parte de Europa durante el siglo XVII la creación artística está dominada por el estilo Barroco, el clasicismo francés se erigirá como la herencia más fiel del Renacimiento y una reacción antibarroca: razón y moral para salir de la angustia y el pesimismo que inspiran las formas desequilibradas  de los autores barrocos de España e Italia. Figuras como Descartes (1596-1650) o Pascal (1623-1662) le dan base doctrinal. La imitación de los clásicos grecolatinos se mantendrá, así como el  respeto a la regla de las tres unidades clásicas (tiempo, lugar y acción) sobre todo en el teatro trágico, desarrollado bajo el patrocinio de la realeza y la corte por Racine,  con argumentos están inspirados en la antigüedad clásica


Pierre Corneille (1606-1684), jurista aburguesado en su ciudad natal, Ruan, estudió con los jesuitas. Fue autor de El Cid (1636), tragedia inspirada en Las mocedades del Cid de Guillén de Castro. La obra obtuvo gran éxito, pero también suscitó una enconada polémica, ya que los preceptistas le reprocharon que no se ajustara a las normas clásicas, en un momento en el que el Clasicismo se imponía con fuerza. El dramaturgo aceptó las críticas y en sus siguientes obras acató los preceptos que se le demandaban. Escribió también Le Menteur, inspirado en La verdad sospechosa de Ruiz de Alarcón.  Corneille (1606-1884).  A Corneille se le reconoce el mérito de haber diseñado el modelo de la tragedia francesa, que posteriormente desarrolló y mejoró Jean Racine.

 Jean Racine (1639-1699). La educación jansenista de Jean Racine (1639-1699), de una acentuada severidad moral, lo marcó profundamente en su concepción de la tragedia, impregnada siempre de un grave pesimismo. Sus personajes viven siempre insalvables dramas interiores provocados por pasiones irrefrenables. De este modo, el amor aparece en sus tragedias como un sentimiento destructivo marcado por la fatalidad. El estilo de sus tragedias (Andrómaca, 1667, Ifigenia, 1674, y Fedra, 1677) es elevado, sobrio y elegante, y están estructuradas con un rigor absoluto; todos los elementos dramáticos están estrictamente al servicio de la acción, la cual plantea una única crisis conducida con mano segura hacia un desenlace inexorable y desgraciado.
   
Jean-Baptiste Poquelin, MOLIERE (1622-1673)

Moliere
 Hijo de una familia burguesa, se educó en el Colegio de Jesuitas, después estudió Derecho pero no ejerció, puesto que se enroló en una compañía teatral que recorrió durante doce años el sur de Francia. Su cultura universitaria por un lado y su experiencia teatral como actor cómico por otro, influyeron en su formación, aunque no tanto como su conocimiento de  la vida de la corte y de provincias. Fue un sagaz  observador de costumbres y tipos: el palurdo, el pedante, la marisabidilla, la criada o el burgués. Conocía a Plauto y Terencio y la comedia italiana y española (de esta última tomó el argumento para su Don Juan o el convidado de piedra). Enlazó también con la  tradición francesa de la farsa (Farsa de Maese Pathelin) y de ahí nace la autenticidad que no encontramos en sus antecesores: “Al hacerse entrañablemente francés, Moliére se hizo universal; Corneille y Racine, disfrazándose de griegos y romanos, no han dejado jamás de ser exclusivamente franceses” (Riquer y Valverde, Historia de la Literatura Universal).


A diferencia del sencillo teatro de corrales de España,  el teatro francés se representará en salas destinadas para ese fin. Además, Moliere contó con pintores, músicos que se encargaran de los decorados y la música y el baile de los espectáculos. Entre los recursos preferidos de su técnica dramática están los fingimientos y escondites de algunos personajes, los equívocos en sus conversaciones a partir del quid pro quo (tomar a una persona o asunto por otro en una conversación) y la resolución final de la trama a partir de un personaje poderoso, a modo de deus ex machina.

Tartufo se declara a la mujer de Orgón, quien escucha escondido bajo la mesa 
Si Shakespeare  fue el creador de personajes trágicos, Moliere lo fue de personajes cómicos: nos ha dejado prototipos universales de una pasión o de un carácter, pero cuando trata de ahondar en la ridiculez humana. Con Las preciosas ridículas (1659), obra en la que criticaba la pedantería y la moda, alcanzó su primer gran éxito parisino. Le siguieron el mezquino Harpagón,  El avaro, inspirado en la Aulularia de Plauto; en El misántropo configuró en Alcestes su personaje más complejo; en El burgués gentilhombre criticó a los nuevos ricos. Por último, en El enfermo imaginario critica a los médicos a partir de la figura de un hipocondríaco, a quien encarnó  en su última representación. Es común en sus obras que estos personajes tiránicos a la vez que ridículos impidan el feliz matrimonio de sus hijos lo cual se resuelve en el desenlace.

Su obra más famosa y representada es Tartufo (o el impostor). En su primera representación en tres actos en 1664, desencadenó una violenta campaña contra Moliere y la condena del arzobispo de París bajo pena de excomunión si se representaba o leía la obra. Mas tarde, en 1668, se autorizó finalmente por el rey y tuvo un gran éxito, esta vez representada en cinco actos. La falsa devoción, la beatería que encubre la codicia y sensualidad, aparecen perfectamente retratadas en el personaje de Tartufo que no entra hasta la mitad de la obra, cuando el espectador ya sabe que es un hipócrita, puesto que se le va definiendo por lo que dicen de él los demás personajes con dos posturas distintas (con la técnica de la pintura indirecta). En el personaje de Tartufo no se salva ni una migaja de dignidad ni de hombría de bien. Y todo esto ocurre en un hogar de buenos cristianos donde ha caído un sinvergüenza hipócrita que recriminándolos  siempre por supuestas faltas de piedad o de moral, pretende apoderarse del honor de las damas de la casa y de los bienes materiales de su propietario. La obra se resuelve finalmente con la aparición de un mensajero del rey, que perdona la deuda contraída por Orgón con Tatufo, el cual resulta condenado.

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