La
renovación de las técnicas narrativas. La novela del siglo XIX contaba una
historia protagonizada por unos personajes destacados y se desarrollaba en un
período de tiempo extenso y determinado. El siglo XX es testigo
de importantes cambios que transforman la forma de ver el mundo del ser
humano: el existencialismo, el psicoanálisis, el socialismo y el anarquismo,
los cambios estéticos de las vanguardias. Por ello, la novela necesita renovar sus técnicas para
adaptarse a la nueva realidad.
El argumento. La novela del siglo XX entiende que el
argumento y sus partes tradicionales (planteamiento, nudo y desenlace) no son imprescindibles en la novela. Con frecuencia la historia se fragmenta
y obliga al lector a reconstruirla a partir de varias voces narrativas, como en El ruido y la furia (1929) y Mientras agonizo (1930) de William Faulkner (1897-1962). En otras ocasiones se mantiene la estructura de la novela decimonónica, sustituyendo el realismo por lo irracional y lo simbólico, como en La transformación o El proceso de Franz Kafka.
Los personajes. El personaje deja de ser el héroe central
en tomo al cual gira el relato y se convierte en un elemento más de este. El
narrador ofrece pocos rasgos del personaje; en algunas ocasiones no se conoce
ni su nombre o solo se conserva de él la inicial, como en El
castillo (1926) de Franz Kafka donde el protagonista se llama K. El protagonista colectivo interesa más a
la nueva novela, ya que en un mundo masificado este protagonista colectivo
sustituye al héroe individual. John Dos Passos con su novela Manhattan
Transfer (1925). En España Camilo José Cela utilizó esta técnica en su
novela La colmena (1951).
El narrador y el punto de vista
narrativo. La nueva novela del siglo XX, en general,
renuncia al narrador omnisciente, que caracteriza la novela del siglo XIX. En
el siglo XX se multiplican los puntos de vista narrativos. Algunos novelistas
abogan por la desaparición del narrador, algo que ya defendió Gustave Flaubert. En otros casos el escritor opta por la
narración en primera persona; de esta manera se transmite una visión limitada
de la realidad, algo parecido a lo que ocurre en la vida real (La náusea, de Jean Paul Sartre, 1938; El extranjero, de Albert Camus, 1942). Una estructura muy usada en el siglo XX es
el multiperspectivismo: la visión del mismo hecho, o del mismo personaje, desde
diferentes perspectivas, no siempre coincidentes y a menudo divergentes. Cada perspectiva
puede diferenciarse de las restantes, no solo por lo que el narrador sabe, sino
por cómo lo dice y por el tono de su voz. Con las diferentes perspectivas se
consigue hacer dudar al lector y que él mismo acabe adoptando su propia visión
sobre lo narrado. Aunque esto pase sobre todo en el siglo XX, ya está sembrado
en la gran novela de Cervantes.
El monólogo interior. Esta técnica, consiste en reproducir, en
primera persona, los pensamientos de
un personaje, tal como brotarían de su conciencia, es decir, sin someterlos a un orden racional o a una sintaxis lógica. De esta manera, el lector entra en contacto directo con la vida psíquica del personaje. No hay que confundirlo con el monólogo tradicional (soliloquio) que es un diálogo del personaje consigo mismo y que se atiene a un orden racional y a una sintaxis lógica. Mediante el monólogo interior, los novelistas indican el desordenado fluir de la conciencia eliminando en la escritura los signos de puntuación y las estructuras gramaticales. El monólogo interior fue utilizado con maestría por James Joyce en Ulises, por William Faulkner y por Virginia Woolf (La señora Dalloway, 1925). En España lo han cultivado, entre otros, Miguel Delibes (Cinco horas con Mario), Luis Martín-Santos (Tiempo de Silencio) y el reciente premio Cervantes Juan Goytisolo (Señas de identidad).
un personaje, tal como brotarían de su conciencia, es decir, sin someterlos a un orden racional o a una sintaxis lógica. De esta manera, el lector entra en contacto directo con la vida psíquica del personaje. No hay que confundirlo con el monólogo tradicional (soliloquio) que es un diálogo del personaje consigo mismo y que se atiene a un orden racional y a una sintaxis lógica. Mediante el monólogo interior, los novelistas indican el desordenado fluir de la conciencia eliminando en la escritura los signos de puntuación y las estructuras gramaticales. El monólogo interior fue utilizado con maestría por James Joyce en Ulises, por William Faulkner y por Virginia Woolf (La señora Dalloway, 1925). En España lo han cultivado, entre otros, Miguel Delibes (Cinco horas con Mario), Luis Martín-Santos (Tiempo de Silencio) y el reciente premio Cervantes Juan Goytisolo (Señas de identidad).
La renovación estilística. Se tiende a borrar la tradicional
separación entre el lenguaje narrativo, el filosófico y el poético. Los límites de la novela
han desaparecido y en ella tienen cabida los textos periodísticos, los
anuncios, los informes… La tipografía se carga de valores expresivos, desaparece
la puntuación ortográfica, se utilizan diversos tipos de letra, distintos
idiomas. Todo cabe en ese enorme cajón de sastre en que acabó por convertirse la novela.
Conclusiones. En el siglo XX la novela deja de ser puro
entretenimiento para convertirse en herramienta de conocimiento de la realidad,
preocupación intelectual y reflejo de los problemas humanos. Pero, más
importante que el enriquecimiento temático resultará la renovación técnica, el
cambio radical de la estructura: desplazamiento del punto de vista narrativo,
enfoque de una acción desde distintas perspectivas, ruptura de la secuencia
temporal, contrapunto, monólogo interior, etc. En los años que van de 1920 hasta
1925, se publicaron obras sumamente significativas. En
esos años verán la luz El castillo y
El proceso,
de Franz Kafka; El mundo de Guermantes, de
Marcel Proust; Ulises, de James Joyce, Manhattan Transfer de Dos Passos y La montaña
mágica, de Thomas Mann.
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