domingo, 9 de junio de 2013

A vueltas con el Barroco en el 40 de mayo


Van algunos textos de mi Antología... relacionados con los contenidos del ejercicio de mañana. Perdonad la redacción apresurada, pero ciertos problemas informáticos me están haciendo la pascua; incluso se me había borrado el documento del examen:

Fugit irreparabile tempus escribió Virgilio en sus Géorgicas  acuñando así un lugar común de la literatura que ha acabado denominándose tempus fugit (el tiempo vuela). Durante el Renacimiento tal recordatorio sirvió para invitar a gozar de un tiempo efímero, el de la vida humana, dando lugar al estudiado carpe diem (aprovecha el día) o a su variante collige, virgo, rosas dirigido a las jóvenes doncellas. Sin embargo desde finales del XVI dicha locución recuperó connotaciones anteriores, asociadas a la filosofía estoica y a la religión cristiana, fundidas en el Barroco. Según el ideario del estoicismo la brevedad de la vida era el rasgo fundamental de la condición humana y debía ser asumida con dignidad, como el resto de designios de los dioses. El cristianismo añadió la idea de la trascendencia, de la vida como espejismo engañoso y tránsito a la eternidad, de la cual la muerte es pórtico y desengaño; convenía, pues, ser conscientes de su inminente llegada, de la que avisaba allá en el XV Manrique («Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte / tan callando...») y tener el ánimo dispuesto «antes que el tiempo muera en nuestros brazos». Llegado el XVII se multiplicaran las versiones de este tópico que procuran advertir del cercano desenlace, convirtiendo al paso del tiempo en el verdadero protagonista del Barroco.  


Metáforas predilectas para representar el paso del tiempo fueron las ruinas, especialmente las de Itálica para los poetas del entorno sevillano, como las de Cartago y Roma lo habían sido para Góngora y Quevedo. Sin embargo, esa preocupación recurrente del hombre barroco se plasmó en otros símbolos como los relojes, las flores o las macabras calaveras, de las que se hallan tantas imágenes en la pintura (los tres aparecen en «El sueño del caballero», de Pereda, la imagen de arriba, paradigma del vanitas). La asociación del tempus fugit con el primero resulta evidente; no en vano, en algunos relojes de sol se podía leer la locución latina con algunos añadidos. Las segundas sumaban un valor de belleza efímera, que daba pie a la reflexión moralizante por analogía con la humana y permitía además al poeta barroco desplegar toda su paleta de adjetivos coloristas, quizá intentando prolongar con ellos la fugaz lozanía de las flores; el sensualismo el arte barroco, lejos de resultar paradójico, responde a la necesidad de capturar lo que se sabe corruptible. Por su parte, las calaveras recordaban la cercanía de la muerte y la necesidad de contrición.




El poeta y crítico Luis Rosales dedicó varios estudios a temas y personajes del Barroco. Aquí se extractan algunas atinadas observaciones sobre la poesía de aquel tiempo.  

Ya entrado el siglo xvii, el tema del tiempo adquiere una importancia extraordinaria. Todos sus motivos poéticos están brizados por él y, por así decirlo, se temporalizan. Se tiende de una manera irreprimible, cada vez más, a una expresión actualizada y fugitiva, en la cual lo que se gana en evidencia (Góngora) o en pasión (Quevedo), se pierde en voluntad de permanencia. El barroco poético español es, todo él, una elegía. [...]

Pero sería inútil subrayar la vanidad del esfuerzo. El siglo xvii siente el paso del tiempo como el enfermo lo comienza a sentir en la agonía. Lo canta reiteradamente, acaso con el más dramático y acezante pasmo de la lírica universal. [...] Dominado por el sentimiento del desengaño, el poeta barroco no piensa propiamente en nuestra temporalidad sino en nuestro acabamiento; no piensa en nuestra vida y en la temporalidad de nuestra vida, sino en la muerte y en su constante acercamiento.

Y aún más que la medida del tiempo, el tema poético del siglo xvii es la sucesión. Si la poesía, por su naturaleza elegíaca, se enlaza con el tiempo, o, como ha dicho Machado, es el diálogo del hombre y el tiempo, la sucesión se enlaza con la muerte, o, mejor dicho, la sucesión es la presencia misma de la muerte. Es más: pudiéramos decir que es su única presencia. Por esto nuestra poesía barroca las enlaza continuamente. El tema de las ruinas, el del barco varado, el carpe diem, la moralidad de la efímera belleza de las flores, y tantos otros, son la expresión poética de este vínculo férreo con que el desengaño enlaza la sucesión del tiempo y el sentimiento de la muerte.»

(Luis Rosales, El sentimiento del desengaño en la poesía barroca, Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1966, pp. 43-8,  apud HCLE, III: Barroco, pp. 669-71)



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