domingo, 3 de mayo de 2020

Los peces de la amargura: aspectos más relevantes en relación con su contexto histórico y literario

Sigue una posible respuesta para la pregunta 5b (o 7, según se mire), en caso de que se refiera a Los peces de la amargura de Fernando Aramburu. Se inspira en las críticas de Senabre, Castanedo y Larequi aparecidas en el momento de su publicación.

5b. Comente los aspectos más relevantes de la obra española posterior a 1974 que haya leído en relación con su contexto histórico y literario. 


Los peces de la amargura (Premio Real Academia Española 2008) es un libro de relatos  publicado en 2006 cuyo tema común es el clima de violencia social vivido en el País Vasco por el terrorismo de ETA. Su autor, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), había publicado novelas destacadas anteriormente, pero su mayor éxito lo alcanzó con Patria en 2016 (Premio de la  Crítica en 2016 y Nacional de Narrativa en 2017), novela en la que retoma el mismo tema. Frente a la huida del presente que caracteriza la narrativa española del siglo XXI, más propensa a la recreación del pasado --bien de la juventud perdida, bien de la dictadura franquista y la Guerra Civil o de tiempos más remotos--, Aramburu abordó en estos relatos la que fue, según las encuestas, la principal preocupación de los españoles durante décadas más recientes.

El autor plantea en estas diez narraciones el modo en que afectan los atentados a sus víctimas y, sobre todo, a los familiares o cercanos damnificados, marcados ya para el resto de su existencia. Los relatos se presentan con una variedad de estrategias narrativas --el monólogo a un hijo por nacer (“Lo mejor eran los pájaros”); la narración en tercera persona (“Enemigo del pueblo”); el relato enteramente dialogado (“Después de las llamas”); o la carta (“Informe desde Creta”)--, paralela a la diversidad de historias y personajes: la familia de una víctima inválida (“Los peces de la amargura”); la mujer de un guardia urbano asesinado (“Madres); la madre remordida por lo que hizo su hijo etarra (“Maritxu”); los vecinos de un concejal acosado (“La colcha quemada”); el preso que cuenta cómo llegó a ser terrorista (“Golpes en la puerta”);  o el adolescente que averigua cómo mataron a su padre (“El hijo de todos los muertos”).

En cuanto al estilo, destaca el tono coloquial de muchos de los relatos y de sus personajes: en sus diálogos abundan los vulgarismos (apócopes, palabrotas) y los rasgos de la variedad diatópica del español en zonas de sustrato vasco, como el uso del condicional por el imperfecto de subjuntivo. Con este recurso las voces de los personajes se individualizan y su construcción adquiere verosimilitud. Tan creíble resulta la resignación de las víctimas, como la desgracia de los educados en el odio asesino.

El resultado es una crónica de los efectos de la violencia por quienes la sufrieron, que evita tanto los detalles tremendistas como los excesos sentimentales, pero que logra trasladar al lector al clima vivido en el País Vasco durante finales del siglo XX y principios del XXI. En esa representación costumbrista y sobrecogedora radica su gran valor literario, al que se suma el valor histórico y documental de la sociedad modelada en el País Vasco por el terrorismo de ETA y la presión social de sus cómplices.

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