martes, 10 de enero de 2017

El Cancionero de Petrarca



 Francesco Petrarca (1304-1374) nació en la Toscana de  Italia en 1304, aunque desde niño vivió en Avíñón (en la región francesa de Provenza), donde en 1327, conoció a Laura de Noves, la inspiradora de toda su poesía amorosa, incluso tras su muerte en 1348 víctima de la peste que asolaba Europa. Petrarca dedicó la mayor parte de su vida a la labor filológica de recuperar y divulgar a los clásicos latinos, así como a su propia creación literaria, la cual sometió a constante revisión: fue sin duda el primer humanista y el modelo de los posteriores. En italiano (o lengua vulgar) escribió durante cuarenta años el Canzoniere o Cancionero (titulado originalmente Rerum vulgarium fragmenta) la obra más influyente durante siglos de la literatura universal, como veremos.

En su forma definitiva, el Cancionero de Petrarca consta de 366 composiciones, con predominio absoluto de los sonetos, aunque figuran también canciones y otros subgéneros líricos. En la obra se aprecian influencias de la antigüedad clásica (visible en las referencias mitológicas y el neoplatonismo), del dolce stil novo (poesía italiana del siglo XIII) y de la tradición provenzal del amor cortés. 


  Frente a los poemarios de los poetas trovadorescos el Cancionero es un conjunto coherente pues en él cuenta Petrarca, desde su presente, su historia amorosa con Laura para rescatarla del olvido y eternizarla. El tema principal es el amor y, en relación con él, todo el conjunto se divide en dos partes: En vida de Laura (In vita) y En muerte de Laura (In morte)
  
 La principal seña de identidad del petrarquismo es su concepción del amor, muy imbuida del idealismo de la filosofía platónica. El poeta se siente atraído primero por los rasgos sensuales de una dama, (la bella Laura en el caso del Petrarca), sobre todo por sus ojos y por su cabello, que quedan grabados en el amante (recuérdese «Escrito está en mi alma vuestro gesto», de Garcilaso). La contemplación de esa imagen no produce tanto un afán de posesión o de unión carnal como un efecto de elevación en el alma del poeta. De ese modo, su sentimiento amoroso se va espiritualizando, hasta el punto de que la belleza de la amada trasciende su condición particular para simbolizar la propia idea de la belleza. 

 Sigue un ejemplo, tomado de la traducción de Jacobo Cortines para su edición bilingüe (Madrid, Cátedra, 1989) para que lo comentéis si os apetece.

CLVIII
Aquel acerbo y honorable día
tan viva al corazón mandó su imagen
que no ha de describirlo ingenio o pluma,
aunque vuelvo hacia él con la memoria.
El gesto lleno de piedad y dulce 
amargo lamentar que yo escuchaba
dudar hacían si mortal o diosa 
era aquella que al cielo aquietó en torno.
Oro el cabello, el rostro nieve cálida, 
cejas y ojos, ébano y estrellas, 
donde Amor no tendía su arco falso;
perlas y rosas, donde recogido  
daba el dolor ardientes voces bellas;
cristal el llanto, y llama los suspiros.







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