domingo, 8 de marzo de 2015

El crepúsculo de la mañana (poema y comentario)


Sigue el comentario prometido sobre "El crepúsculo de la mañana"  ("Le crépuscule du matin"), basado en el de un colega del IES Tirso de Molina, con alguna ampliación de otras fuentes.

1.- Se trata de una descripción dinámica del amanecer en la ciudad de París, desde  punto de vista de una voz poética que parece estar en movimiento como una cámara en un travelling cinematográfico. Comienza con un sonido que rompe el silencio de la noche, el de la diana que despierta a los militares en los cuarteles, para hacer un recorrido que va del interior de las casas a las calles, y termina con un gran plano general de la ciudad personificada como un "anciano laborioso" que se dispone a emprender una nueva jornada. Lo que esa "aurora tiritante vestida de rosa y verde" viene a descubrir dentro de los hogares, en claro contraste con el color de su vestido, es un mundo de sufrimiento y miseria. Aparecen, con el sol, la culpa del adolescente atormentado por "sueños malignos", probablemente eróticos; el hastío vital -el simbolista spleen- del poeta y de la mujer ("el hombre está fatigado de escribir y la mujer de amar."), a los que ya ni siquiera la poesía ni el amor les sirven como evasión de la anodina monotonía de la sociedad burguesa industrial; el agotamiento de las prostitutas que, cansadas tras toda una noche de trabajo, " dormían un sueño estúpido "; las mendigas famélicas de "senos flácidos y fríos” que encienden una pobre lumbre que no les quita el frío; el dolor de las mujeres que paren entre "el frío y la miseria", mientras el llanto del niño "cortado por un vómito espumoso" se confunde con el canto de los gallos que "a lo lejos rasgaba el aire brumoso"; y, en violenta oposición con el cuadro anterior, el "postrer estertor" de los enfermos que mueren en los hospitales. Mientras tanto, en el exterior, algunos vuelven a sus casas tras toda una noche de juerga, con lo que se completa un movimiento de vaivén entre la vida y la muerte del niño que nace, el enfermo que muere, y el que disfruta de la fiesta. Todo esto sucede mientras se despierta el laborioso París de los artesanos y de los burgueses.

2.- En cuanto al comentario formal, el texto pertenece al género lírico. La versión al español no ha conservado la métrica del texto francés en alejandrinos, una estructura métrica de origen medieval con una cesura central que los divide en dos hemistiquios iguales. La mayor parte de los verbos están en pretérito imperfecto de indicativo ("cantaba", "soplaba", "Era"...), lo que se explica por el carácter descriptivo del texto. También encontramos formas verbales en presente de indicativo ("tuerce", "palpita", "menea"…) dado que vienen a comunicar acciones repetidas en el tiempo ("Como un rostro lloroso que las brisas enjugan,/ el aire está lleno del escalofrío de las cosas que se fugan "). Este uso del presente pretende convertir en general lo que es, en el fondo, una impresión particular del poeta. La adjetivación es abundante, como corresponde al carácter descriptivo del texto. La anteposición frecuente de los adjetivos ("atezados adolescentes", "fríos senos", "hondos hospitales", "sombrío París") refuerza el lirismo del poema.  De los recursos literarios, destacamos los tres símiles que, en su sucesión, forman la estructura principal del texto ("cual ojo sangrante...", "Como un rostro lloroso...", "cual un sollozo cortado..."). También son importantes las personificaciones ("cantaba la diana", "la sombra de París, frotándose los ojos") pues abren y cierran la composición. Con estas y otras imágenes se configura un lenguaje simbólico (el "ojo sangrante" de la mancha de luz que proyecta la lámpara sobre la oscuridad del techo podría representar la lucha entre el alma del adolescente y su cuerpo "áspero y torpe", retorcido por los sueños eróticos) aunque también se aprecia en el texto cierta influencia naturalista en la descripción de la muerte de los enfermos y de la vida de las mendigas. Algo que como apuntaba alguien en clase, habéis encontrado también en Luces de Bohemia.

3 y 4.- Charles Baudelaire (1821-1867) fue un poeta, crítico de arte y traductor francés, incluido por Verlaine entre los poetas malditos, debido a su vida bohemia y a la visión del mal que impregna su obra. Las influencias más importantes sobre él fueron Théophile Gautier y Edgar Allan Poe, a quien tradujo extensamente. A menudo se le atribuye haber acuñado el término "modernidad" (modernité) para designar la experiencia de la vida en la metrópolis urbana y la responsabilidad que tiene el arte de capturar esa experiencia, como es el caso del poema que nos ocupa. Las flores del mal (en francés, Les Fleurs du mal) está considerada su obra máxima y abarca casi toda su poesía desde 1840 hasta la fecha de su primera publicación en 1857, que le valió una condena por inmoralidad. La sentencia lo obligó a excluir poemas de la obra, a lo que el autor argumentó que el libro debía ser "juzgado en su conjunto", tal como él lo había concebido: un poema total, que no seguía un orden cronológico sino un orden de finalidades.  La censura que recayó sobre algunos de sus poemas no fue levantada en Francia hasta 1949. Escribió también Los paraísos artificiales (1860), sobre sus experiencias con el alcohol y otras drogas, y los Pequeños poemas en prosa (1862).
Las flores del mal es una obra de concepción clásica en su estilo y romántica por su contenido, en la que los poemas se disponen de forma orgánica (aunque esto no es tan evidente en las ediciones realizadas tras la censura y el añadido de nuevos poemas). En ella, Baudelaire expone la teoría de las correspondencias y, sobre todo, la concepción del poeta moderno como un ser maldito, rechazado por la sociedad burguesa, a cuyos valores se opone. El poeta se entrega al vicio (singularmente la prostitución y la droga), pero solo consigue el tedio y el hastío (spleen, como se decía en la época), al mismo tiempo que anhela la belleza y nuevos espacios ("El viaje"). Es la "conciencia del mal".
Con Las flores del mal, Baudelaire dio fin al ciclo del Romanticismo para abrir paso a la Modernidad, no sólo por la temática de su obra, sino por el replanteamiento estético que en ella se hace. Aunque para algunos su autor es la perfecta síntesis del Romanticismo (de la que hay ecos evidentes en su poesía), para otros el precursor del Simbolismo, y tal vez haya sido ambas cosas al mismo tiempo. También es considerado el padre espiritual del Decadentismo que aspira a épater la bourgeoisie,  es decir, escandalizar a la burguesía, la clase social dominante en la Francia que le tocó vivir, en la que se sentí absolutamente extraño. Los críticos coinciden al señalar que formalmente abrió el camino de la poesía moderna. Su oscilación entre lo sublime y lo diabólico, lo elevado y lo grosero, el ideal y el aburrimiento angustioso (el spleen) se corresponde con un espíritu nuevo, y precursor, en la percepción de la vida urbana. Además, estableció para la poesía una estructura basada en las antedichas correspondencias entre los distintos sentidos, idea que desarrolla en el poema de ese título de Las flores del mal. Las correspondencias equivalen a audaces imágenes sensoriales representativas de la caótica vida espiritual del hombre moderno, con las que imprimió una estética nueva, donde la belleza y lo sublime surgen, a través del lenguaje poético, de la realidad más trivial.
Baudelaire dividió el libro en seis partes (siete si incluimos el poema-prólogo “Al lector”), como un itinerario moral, espiritual y físico: “Esplín e ideal”, “Cuadros parisinos”, “El vino”, “Flores del mal” y “Rebelión” y “La muerte”.  Esta obsesión de que no consideraran su libro como una mera recopilación de poemas, si no como un libro con principio y fin, influirá en poetas como Stéphane Mallarmé hasta Jorge Guillén, en su obra Aire nuestro. También el simbolismo de Rimbaud, Verlaine y Mallarmé es especialmente deudor de esta profunda concepción estética de Baudelaire. La amplificación expresiva que realizó con la metáfora contribuyó en todo caso a sugerir el terreno ilimitado en el que podía expandirse el sistema de representación de la poesía, como ilustra en forma poética en “Correspondencias”. Todo ello fue de importancia decisiva para el desarrollo de la poesía en el siglo XX, junto con la experimentación de Arthur Rimbaud, el principal de los poetas "malditos", quizá el mejor heredero de Baudelaire. El propio Rimbaud fue uno de los primeros escritores en exaltar al poeta parisino: cuatro años después de su muerte, coronaba a Baudelaire como "rey de los Poetas, verdadero Dios”. Por su parte, los escritores modernistas de lengua española, muy especialmente Rubén Darío, adoptaron plenamente la visión del poeta que Baudelaire planteaba en su famoso poema “El albatros”, la belleza en lo "no bello".
Aunque Baudelaire nació en tiempos de la restauración monárquica (su padrastro fue un militar que ascendió a altos cargos durante la misma), su período de máxima creación transcurre entre 1840 y 1860, años en los asiste a la caída del régimen de Luis Felipe de Orleans por la Revolución de 1848, así como a la implantación del II Imperio por el golpe de estado de Napoleón III. Son tiempos, como se ha dicho, de predominio de la clase burguesa y su moral, ajena por completo a la del poeta. Son también los años de las reformas modernizadoras que crearon el París que hoy conocemos, a cargo de su alcalde, el barón Haussmann, las cuales acabaron con la ciudad antigua, casi medieval, que Baudelaire tanto paseó y poetizó.

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