Apenas leímos en clase veinte versos (cuatro liras) de un poema que merece más atención y espacio que el que le presta vuestro libro. De su autor, el agustino fray Luis de León (1527-1591), ya mencionamos que fue profesor en la universidad de Salamanca y que tradujo directamente del arameo el Cantar de los cantares, saltándose así la prohibición de utilizar cualquier otra versión de la Biblia que no fuera la Vulgata. La Inquisición lo metió en prisión por ello cinco largos años.
Su poesía se inspiró en las fuentes clásicas, sobre todo en el latino Horacio, cuyo estilo imitó en las versiones de sus Odas. Para expresar su ascetismo —caracterizado por el anhelo de soledad, el estudio y dedicación a la vida espiritual—utilizó sobre todo la lira garcilasiana. También debemos a su pluma obras doctrinales en prosa como La perfecta casada o De los nombres de Cristo.
En el siguiente poema se versiona un tópico fundado en un verso de Horacio («Beatus ille qui procul negotiis...») que propugna las bondades del ocio y del apartamiento como ideal de vida para el sabio, conforme al ideal estoico; una formulación similar de esta misma idea se halla en el tratado de fray Antonio de Guevara Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Si bien algunos estudiosos han considerado que el poema alude al retiro de Carlos I en el monasterio de Yuste a partir de 1556, resulta evidente que la voz poética puede y debe identificarse con el sentir del propio Fray Luis.
ODA A LA VIDA RETIRADA
¡Qué
descansada vida
la
del que huye el mundanal ruïdo
y
sigue la escondida
senda
por donde han ido
los
pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de
los soberbios grandes el estado,
ni
del dorado techo
se
admira, fabricado
del
sabio moro, en jaspes sustentado.
No cura si la fama
canta
con voz su nombre pregonera,
ni
cura si encarama
la
lengua lisonjera
lo
que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento
si
soy del vano dedo señalado,
si
en busca de este viento
ando
desalentado
con
ansias vivas y mortal cuidado?
¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh
secreto seguro deleitoso!
roto
casi el navío,
a
vuestro almo reposo
huyo
de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un
día puro, alegre, libre quiero;
no
quiero ver el ceño
vanamente
severo
de
quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con
su cantar süave no aprendido,
no
los cuidados graves
de
que es siempre seguido
quien
al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar
quiero del bien que debo al cielo
a
solas, sin testigo,
libre
de amor, de celo,
de
odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera
por
mi mano plantado tengo un huerto,
que
con la primavera
de
bella flor cubierto,
ya
muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
de
ver y acrecentar su hermosura,
desde
la cumbre airosa
una
fontana pura
hasta
llegar corriendo se apresura.
Y luego sosegada
el
paso entre los árboles torciendo,
el
suelo de pasada
de
verdura vistiendo,
y
con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea,
y
ofrece mil olores al sentido,
los
árboles menea
con
un manso ruïdo,
que
del oro y del cetro pone olvido.
Ténganse su tesoro
los
que de un flaco leño se confían:
no
es mío ver al lloro
de
los que desconfían
cuando
el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje,
y en ciega noche el claro día
se
torna; al cielo suena
confusa
vocería,
y
la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa,
de amable paz bien abastada
me
baste, y la vajilla
de
fino oro labrada,
sea
de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente
se están los otros abrasando
en
sed insacïable
del
no durable mando,
tendido
yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido
de
yedra y lauro eterno coronado,
puesto
el atento oído
al
son dulce, acordado,
del
plectro sabiamente meneado.
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