domingo, 4 de marzo de 2012

La vida retirada del maestro Luis de León


Apenas leímos en clase veinte versos (cuatro liras) de un poema que merece más atención y espacio que el que le presta vuestro libro. De su autor, el agustino fray Luis de León (1527-1591), ya mencionamos que fue profesor en la universidad de Salamanca y que tradujo directamente del arameo el Cantar de los cantares, saltándose así la prohibición de utilizar cualquier otra versión de la Biblia que no fuera la Vulgata. La Inquisición lo metió en prisión por ello cinco largos años.
Su poesía se inspiró en las fuentes clásicas, sobre todo en el latino Horacio, cuyo estilo imitó en las versiones de sus Odas. Para expresar su ascetismo —caracterizado por el anhelo de soledad, el estudio y dedicación a la vida espiritual—utilizó sobre todo la lira garcilasiana. También debemos a su pluma obras doctrinales en prosa como La perfecta casada o De los nombres de Cristo.
En el siguiente poema se versiona un tópico fundado en un verso de Horacio («Beatus ille qui procul negotiis...») que propugna las bondades del ocio y del apartamiento como ideal de vida para el sabio, conforme al ideal estoico; una formulación similar de esta misma idea se halla en el tratado de fray Antonio de Guevara Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Si bien algunos estudiosos han considerado que el poema alude al retiro de Carlos I en el monasterio de Yuste a partir de 1556, resulta evidente que la voz poética puede y debe identificarse con el sentir del propio Fray Luis.

ODA A LA VIDA RETIRADA

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruïdo
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas y mortal cuidado?

¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar süave no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego sosegada
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso ruïdo,
que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían:
no es mío ver al lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste, y la vajilla
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insacïable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.




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