sábado, 6 de mayo de 2017

Ruta literaria por el Madrid histórico (I): desde la Encarnación a Tirso de Molina)

Muchos recorridos ofrece Madrid para seguir los pasos de los grandes autores del Siglo de Oro. Mis alumnos caminaron por el siguiente hace pocas fechas para celebrar el comienzo de la primavera.

Lope de Vega esculpido por Mateo Inurria (1902)
Comenzamos en la estatua de Lope de Vega situada en la plazuela de la Encarnación. El bronce representa al Fénix con el hábito de sacerdote de sus últimos años. En este punto, bastante tranquilo a cualquier hora, se puede hablar de la biografía y la obra del autor sin ruidos de coches y leer alguno de sus poemas. En el pedestal se puede apreciar el escudo de Madrid vigente entre los siglos XIX y XX, con sus tres cuarteles, lo cual se puede aprovechar para explicar los orígenes de ciudad y su elección como asentamiento permanente de la corte desde 1561, un año antes de que naciera el autor.

 Desde allí, cruzando los jardines del cabo Noval y la plaza de Oriente por su lado más cercano al
Inscripción en la arcada del atrio de San Ginés
Teatro Real, se puede admirar la estatua ecuestre de Felipe IV y apuntar la relación del rey con el mundo del teatro, especialmente con las actrices y más particularmente con María Calderón, una de sus más duraderas amantes y madre del bastardo Juan José de Austria. Embocamos la calle de Carlos III y seguimos por Vergara para llegar a la plaza de Isabel II y detenernos un punto en la maqueta que representa las murallas del Madrid medieval. Seguimos  por la calle del Arenal hasta la iglesia de San Ginés, en cuyo atrio nos detenemos y recordamos la boda por poderes de Lope de Vega con Isabel de Urbina el 10 de mayo 1588 antes de salir al destierro de Castilla y de Madrid. Pocos años antes, el 26 de septiembre de 1580, había sido bautizado Francisco de Quevedo, como recuerda la inscripción en su frontal.

Por la travesía o pasadizo de San Ginés rodeamos la parroquia, sin parar en la chocolatería,  buñolería modernista en Luces de Bohemia de Valle-Inclán, a la que ya le dedicamos entrada. Tomamos la calle Coloreros hasta su cruce con Mayor y nos detenemos para contar el asesinato del poeta Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, acaecida en ese lugar la noche del 21 de agosto de 1622. Hay placa del ayuntamiento en recuerdo del suceso, poca acera y tanto ruido que se hace difícil perfilar una semblanza o leer la décima famosa atribuida a Góngora ("Mentidero de Madrid, / decidnos, ¿quién mató al conde?").

Bajando Mayor hasta pasado  el cruce con la cava de San Miguel llegamos a la antigua ubicación de la Puerta de Guadalajara, acceso a la muralla cristiana medieval de la villa derribada en 1582. Muy cerca, bien en la calle Milaneses o en la de Santiago, zona donde se asentaban los plateros de laVilla, vino al mundo Lope de Vega a fines de noviembre de 1562.  En la vecina iglesia de San Miguel de los Octoes, derribada en 1790, fue bautizado el Fénix. Ocupaba el solar del actual mercado, tan ajetreado.

Poco más abajo, en el número 61 de Mayor, otra placa recuerda también la casa en la que vivió y  murió en 1681 el dramaturgo Pedro Calderón de la Barca. La edificación fue reformada en 1859 (se ampliaron dos pisos además del primero o principal que ocupó el autor de La vida es sueño), tiempo del que data la inscripción de la fachada, alentada por Ramón de Mesonero Romanos, príncipe de los cronistas de Madrid, quien evitó además su derribo tras una campaña en prensa (ejemplo a seguir).

Entramos en la plaza de la Villa y nos detenemos delante del antiguo edificio del Ayuntamiento, obra de Juan Gómez de Mora, principal arquitecto del Madrid del XVII. Dando la espalda al mismo y de izquierda a derecha de nuestra vista, recordamos la desaparecida iglesia de San Salvador, desde donde el diablo Cojuelo muestra a don Cleofás lo que los tejados de Madrid escondían en la novela de Luis Vélez de Guevara. De la Torre de los Lujanes interesa señalar, además de su antigüedad (el edificio civil más vetusto de la villa: data del siglo XV), que suena a menudo como probable albergue y prisión del rey Francisco I de Francia tras su derrota en Pavía, circunstancia que no se ha podido documentar. Por útimo, la estatua de don Álvaro de Bazán sirve para rememorar alguna de sus acciones bélicas: Lepanto, con la que de paso nos acordamos de Cervantes, y la toma de la isla Terceira en las Azores a los portugueses rebeldes, en cuya batalla naval previa (1582) militó un joven soldado llamado Félix Lope de Vega.
La placa en el edificio donde estuvo el Estudio se debe al bueno de Mesonero Romanos

Salimos de la plaza por el arco de da a la calle de Madrid , lo cual aprovechamos para hablar de su lema ("Fui sobre agua edificada / mis muros de fuego son"), ideado  por Juan López de Hoyos, a cuyo estudio nos dirigimos siguiendo Sacramento y  descendiendo el  pretil de los Consejos.  Ya en la calle de la Villa, nos detenemos para hablar del Estudio de Humanidades de la villa, y de la relación entre el humanista López de Hoyos y el joven Cervantes, su "caro y amado discípulo" hasta 1568. En esta escuela, sostenida con fondos municipales se enseñaba el latín necesario para seguir las clases en la universidad. Entró en crisis poco después, en parte por el  éxito de los jesuitas de la calle Toledo, de los que más adelante hablaremos.

Restos de la muralla medieval en la calle del Almendro
Bajamos la calle hasta la plaza de la Cruz Verde (símbolo de la Inquisición), cruzamos Segovia y remontamos la cuestecilla de la plaza de la Paja hasta la placa que en edificio de la derecha recuerda que de allí partió Ruy González de Clavijo, embajador del rey Enrique III de Castilla, a visitar al Gran Tamerlán en su corte de Samarcanda. El relato de su viaje constituye la primera crónica de viajes de nuestra literatura castellana (fue escrito hacia 1406). Tomamos la calle del príncipe Anglona y subimos la costanilla de San Pedro hasta girar a la izquierda en la calle del Almendro para admirar los restos de la muralla medieval cristiana, cuyos sucesivos derribos para ampliar la ciudad a finales del siglo XVI bien pudieron inspirar a Quevedo el verso inicial de su soneto célebre: "Miré los muros de la patria mía..."

Desde allí seguimos Almendro hasta desembocar en la calle Toledo frente al IES San Isidro, antiguamente Colegio Imperial y después Reales Estudios. Este centro educativo lleva funcionando sin apenas interrupción en Madrid desde mediados del siglo XVI, gestionado principlamente por los jesuitas, hasta que pasó a la titularidad pública a mediados del XIX. Aquí estudiaron Lope de Vega y Quevedo, entre otros, y fue profesor Nicolás Fernández de Moratín, escritor madrileñista y padre del dramaturgo Leandro.  Tras asomarnos a admirar el patio barroco, tomamos la calle Estudios y giramos en la del Duque de Alba hasta llegar a la plaza de Tirso de Molina, lugar propicio para el café o el bocadillo. Lo que a continuación vimos y paseamos se referirá en próxima entrada.


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